El 2 de octubre de 2005 amaneció con un sol a pleno. Hubo que levantarse temprano, apurar el desayuno y volar a La Ciudadela para volver a ver cara a cara, después de mucho tiempo, a los dos grandes de la provincia. En aquel tiempo, América 24 televisaba el partido más importante de la fecha del Argentino A, los domingos a las 11. Y vaya si un clásico tucumano no era lo mejor de la cartelera en aquel momento.
“Era un partido que todos esperaban. Se sentía la ansiedad de la gente y nosotros nos contagiamos al toque”, le cuenta a LG Deportiva Mario Vera. “Chocolatín” cierra los ojos y vuelve en el tiempo. Sonríe al recordar ese mediodía que empezó movido y que terminó con una alegría indescriptible para él y para la mitad tucumana que lleva el corazón pintado de rojo y blanco. “Fue una de las mayores alegrías de mi carrera”, agrega Vera, que logró cuatro ascensos con el “Santo”; nada más y nada menos que de la Liga Tucumana hasta Primera división.
El duelo no pudo comenzar en horario. El parapelota que da a espaldas de la calle Bolívar cedió ante varios hinchas “decanos” que se habían trepado al alambrado, y se vino abajo. Hubo tensión, algo de incertidumbre, pero el juego empezó. Un rato más tarde de lo previsto, pero se jugó.
El nerviosismo era evidente. Ninguno de los dos quería ceder ni un centímetro y la tensión se cortaba con un cuchillo. “San Martín venía subiendo después de años muy malos en los que había caído hasta la Liga. Y Atlético estaba hace varias temporadas en la categoría. Nosotros sólo pensábamos en ganar y el contexto nos favorecía”, explica el por ese entonces stopper por izquierda de un equipo dirigido por Carlos Roldán que tenía una impronta marcada; salía de memoria e imponía condiciones en todas las canchas.
Aquella calurosa mañana, San Martín era algo superior en un juego apagado, pero no lo demostraba en el resultado. Pasaban los minutos y a Atlético se lo veía cómodo con el 0 a 0. Pero en una ráfaga furiosa, el “Santo” pegó dos veces y desató la fiesta de su gente.
Primero fue Daniel Villalva, de cabeza a los 35’ del segundo tiempo, tras un centro de Javier Díaz. Y tres minutos más tarde llegó el momento con el que Vera había soñado desde chico. “Con Carlos practicábamos mucho las jugadas de pelota parada; teníamos muchas variantes. Además, en ese tiempo subíamos los tres defensores a buscar ese tipo de jugadas. Pero como estaba terminando el partido, uno se quedó y subimos sólo dos”, rememora el defensor, que corrió en diagonal desde el punto del penal hacia el vértice izquierdo del área chica de un Andrés Jemio que se quedó inmóvil y vio como un balazo se le clavaba en el ángulo superior izquierdo. “Cabeceé desde lejos y se metió arriba. Fue un centro muy preciso y yo sólo tuve que darle dirección hacia el arco”, agrega el defensor.
El estadio se vino abajo y la postal se hizo eterna. Los hinchas “santos” se apoderaron de la provincia y hasta el día de hoy recuerdan el feroz cabezazo de “Chocolatín”. “Lo que pasó ese día fue algo hermoso”, acepta quien en el festejo cruzó toda la cancha para abrazarse con Javier Lavallén, su consejero por esos días y el que le había anticipado el gran desenlace. “Además, el contexto hizo más grande todo. Veníamos en levantada y ganamos un clásico que quedó grabado en la memoria de todos los hinchas. Hasta el día de hoy, muchos me recuerdan por lo que pasó ese día”, agrega.
Hubo baile y fiesta en Bolívar y Pellegrini. Vera fue uno de los directores de una orquesta que sacudió un mediodía eterno. “Soy un agradecido por haber sido parte de ese recuerdo y de un proyecto que devolvió a San Martín a los primeros planos”, cierra Vera, ese que le puso el moño a un clásico que quedó en el recuerdo porque un San Martín que venía de años difíciles cacheteó a un “Decano” que tenía ganas de hacerle sentir la diferencia de categoría.